El luto de la Virgen...
En muchas iglesias y conventos podemos ver imágenes y lienzos con la advocación de Nuestra Señora de la Soledad.Muchas de ellas incluso procesionan en la Semana Santa de nuestros pueblos. Unas imagenes que siempre van vestidas de blanco y negro. Jorje Sáiz Moratalla nos explica en un artículo publicado en el programa oficial de Semana Santa, y que reproducimos aquí, a qué se debe esta tradición.
Fotos
El origen de vestir a la virgen de luto data de la época del reinado de Felipe II. Tras su matrimonio con Isabel de Valois en 1545, la reina trajo consigo a la corte de Madrid un lienzo procedente de Francia con la imagen de la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de la Soledad, que gozaba de gran veneración de la Casa Real francesa. Tal impacto causó el lienzo a los frailes de la Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula, que pidieron permiso al rey para realizar una imagen de vestir y rendirle culto. El encargo recayó en la figura del escultor Gaspar de Becerra, que tras varios intentos realizó una bella imagen muy similar a la del lienzo y que durante mucho tiempo permaneció en el Convento de la Victoria en Madrid y posteriormente en la Real Colegiata de San Isidro, hasta que fue destruida durante los disturbios de 1936.
Sin embargo, al ser imagen de vestir, se abrió el debate sobre el modo más adecuado de hacerlo, ya que al escultor no le gustaba el atuendo que llevaba la imagen del lienzo. Fue entonces cuando doña María de la Cueva y Toledo, Condesa viuda de Ureña y Camarera Mayor de la reina Isabel de Valois, solicitó permiso para vestirla con uno de sus propios trajes a la usanza de las damas viudas de la corte, pues el misterio de la soledad sugería a la vez que María era madre y viuda de Cristo. Con esta idea, la reina le concedió permiso y doña María de la Cueva supervisó personalmente el primer cambio de vestido de la nueva dolorosa.
La vestimenta
Dicha vestimenta consistía en una camisa interior larga de color blanco sobre la que se ponía una estructura circular de varios aros y de forma acampanada llamada “verdugo” que le daba gran volumen a los ropajes que se colocaban encima. Sobre esta estructura se colocaba una saya negra y sobre esta, una toca blanca de una sola pieza que caía desde el rostro hasta los pies y cuya longitud variaba en función de la dignidad de la persona que lo llevara; por lo tanto cuanto más larga era la toca, más dignidad tenía la dama en cuestión. Sobre la cabeza, se colocaba un manto negro de cola que se fijaba a ambos lados de la toca. Por último, el atuendo se completaba con un gran rosario que caía desde el cuello. Todo ello daba un aspecto monjil a la dama que lo llevara y de hecho era usado por las religiosas dominicas de los conventos reales, más conocidos como “Dueñas”. Pues bien, explicadas las partes de este peculiar atuendo, se dispuso la misma vestimenta para la efigie de Gaspar de Becerra que una vez completado, se coronó con una diadema de plata y esta imagen pasó a conocerse como Nuestra Señora de la Soledad.
Difusión de la tradición
Pero la historia no queda ahí, pues aunque en España ya había devoción por la Soledad, introducida por la Orden de los Servitas, fue gracias a Isabel de Valois cuando se extendió su culto tanto por la península como por las tierras españolas de América. Ya con el Barroco, se adoptó un nuevo tipo de vestimenta, mucho más recargada que la anterior, pero que también tuvo una gran difusión, ocasionando un desplazamiento de esta tipología castellana. A pesar de ello, hoy se conservan numerosos ejemplos de este tipo de dolorosas, como la que poseemos en Tarancón, una preciosa talla decimonónica que está vestida a la manera de la corte castellana de hace cuatro siglos y que con sus siete puñales atravesándole el corazón, ha conformado lo que hoy conocemos como Virgen de la Soledad.
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